4/8/11

LOS HOMBRES HERIDOS

Un tipo de casi cuarenta –llamémoslo Tenorio— se arregla la corbata frente al espejo. Su camisa está manchada. No recuerda cómo llegó ahí eso que parece un mapa rojo de México. ¿Será bilé? Por un momento que se extiende demasiado mira su cepillo de dientes. Piensa en las piernas de su secretaria. Cuando llega a su oficina —la Subgerencia de Asuntos Internos de la Coordinación de Atención al Consumidor— saluda efusivamente a sus compañeros de trabajo. Ahí está Evelyn, su secretaria. Hoy se le transparenta el sostén más que de costumbre. Y ahí está Basurto, su amigo del alma, su cómplice en ese océano de documentos y chismes. Entra a su cubículo y se sienta frente a su computadora. Pasa el tiempo. De pronto, casi casi de la nada, comienza a llorar. ¿Será bilé? El llanto se intensifica hasta que Tenorio se descontrola por completo y comienza a sollozar. Evelyn lo escucha y entra a su cubículo. Se lleva a las manos a la boca en señal de preocupación. Le pregunta si está bien. Tenorio no contesta. Evelyn camina hasta el escritorio de Basurto. Exaltada, le dice: “Licenciado, el Licenciado está llorando.” Basurto se para y va hacia el cubículo de su gran amigo. Se dan un abrazo. Y hacia la tarde se irán a la cantina.

Con algunas excepciones, los cuadros que presenta en esta exhibición Carlos Jaurena (Ciudad de México, 1964) están cubiertos por un velo, un aire, una fina película nostálgica que nos puede llevar a pensar la obra del pintor estadounidense Edward Hopper. Es el caso de Un hombre herido, Desde que te fuiste y Vino de honor, entre otros. Pareciera que en estos cuadros lo importante está sucediendo afuera. Afuera de ese espacio encapsulado por los marcos, pero también afuera de ese tiempo. Hay una intención de revelar indirectamente como en algunos planos de un film noir. Jaurena nos muestra a hombres que esconden algo, con un pasado que los persigue y que los hiere y que los lleva a las cantinas. Seguramente, como en el caso del Licenciado Tenorio, antes ha sucedido algo que cimbró sus existencias. Es probable que después —es decir, después del momento que Jaurena representa en algunos cuadros— también vaya a ocurrir algo fuera de lo común. Son momentos donde, quizá, sobreviene la calma, ya sea antes o después del infierno.

Por otro lado, en casi toda la obra que presenta podemos entrever una preocupación por lo masculino. Hay algo en ellos que cuestiona y piensa sobre la condición de macho. Es el caso de Hombre observando una pelea, o bien Razones políticas. Hombres que luchan por ver quién domina. Pero nadie lo hace. La fuerza es inútil pues, en el fondo, son lo mismo: hombres que después de todo irán a la cantina y besarán a su mujer pensando en otra.

No sé qué tan acertada sea esta lectura de la obra de Jaurena. Lo cierto es que sus cuadros sugieren narrativas y en este sentido dejan al espectador imaginar lo que sucede fuera de ellos, en el afuera espacial y temporal. Como los poemas de Raymond Carver, estas imágenes cotidianas nos dejan pensando —perplejos— en asuntos negros como el amor, la muerte y la política.

El licenciado, a fin de cuentas, sigue llorando.

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